sábado, 27 de agosto de 2016

“Memorias del Bon Marché” Ernesto de la Cárcova, el Banco de la Ciudad de Buenos Aires y el Judío.



“Memorias del Bon Marché”
Ernesto de la Cárcova, el Banco de la Ciudad de Buenos Aires y el Judío.
La vida avanza de una forma peculiar, no como se cree vulgarmente o sea en forma rectilínea y lineal hacia adelante, no, la vida avanza con un movimiento circular excéntrico. Ese movimiento espiralado va enredando las trayectorias de vida  de quienes están circunstancialmente cercanos, y creando con el paso del tiempo complicidades y resultados simbólicos inesperados. Por Ernesto de la Cárcova siento una gran simpatía, derivada del hecho de haber sido durante doce años Rector de la Escuela Superior de Bellas Artes que lleva su nombre, una primera cercanía que no es la única, porque mi bisabuelo, Vicente Ferrer Demaría, lo conoció y trató mucho entre los años 1897 a 1909, cuando fue administrador del Antiguo Bon Marché, hoy Galerías pacífico.
Vicente administraba todo el complejo donde estaban: El Museo Nacional de Bellas Artes, la Academia Nacional de Bellas Ares, la Colmena Artística, el Ateneo y muchas otras actividades e instituciones. Vivía mi familia en el tercer piso, junto a Schiaffino, Sívori, Víctor de Pol, Arturo Dresco y muchos otros. Algunos daban clases en su taller, otros  vivían, pero casi nadie pagaba los alquileres y los ingleses perseguían a mi bisabuelo, para que los cobrara o echara a los artistas nacionales a la calle Florida.
Ernesto de la Cárcova y Eduardo Sívori se alternaron en los cargos rentados y semillero de alumnos privados, de Director y Vicedirector de la Academia de Bellas Artes y participaban como expositores de los salones del Museo contiguo y tenían los talleres privados arriba. Se podría decir que era la Corporación de los Artistas Nacionales concentrada en el Antiguo Bon Marché.
Con Ernesto de la Cárcova, además de las exigencias de que pagara el alquiler de la Academia, a mi bisabuelo lo unía otra pasión al coleccionar medallas y ser de la Cárcova un medallista eximio. Y fue por eso que, en 1909 le compró la medalla o plaqueta que ilustra la imagen. Le compró o la recibió en parte de pago de deudas que los llevaron en ese año de 1909 a todos de patitas en la calle Florida, a los artistas y a mi bisabuelo también, que se mudó a la localidad de “Florida” en Vicente López. Un genio el viejo Vicente, se llevó los libros copiadores que hoy contienen la historia secreta del Bon Marché y los tengo yo en mi escritorio, que era el suyo en realidad.
En esa plaqueta diseñada por Ernesto de la Cárcova confluyen otra vez los nudos que la vida en su permanente derivar helicoidal va acumulando. En su cara principal, donde se ve a la recordada niña con la alcancía en el acto de ahorrar, está el nombre del Intendente Manuel Guiraldes, padre del escritor. Entre ambos, responsables de la baldosa correspondiente a San Antonio de Areco, en la azotea del imaginario argentino. Mi maestro Antonio Pujía modeló un estupendo busto de Manuel Guiraldes, que junto a una obra de Aurelio Macchi y otra de Arrigutti, nos tocó tallar a Helios Buira y a mí en la década del 70, bajo la dirección del Maestro de Talla Ramón Castejón. Fue por un encargo masivo de intendentes, éramos jóvenes y tallábamos el desbaste grueso y medio, quedando para Ramón el último centímetro de mármol de carrara. Aprendimos esa vez, a pasar del yeso al mármol con la cruz de pasado a puntos inventada en el Renacimiento, un pantógrafo tridimensional. Debajo de Manuel Guiraldes aparece un Joaquín Vedoya que no es pariente mío, al corresponder a una familia correntina, siendo nosotros de Salta. Pero Joaquín es un nombre común también en nuestra familia.
En el dorso de la medalla, con una delicadeza de modelado exquisita, de la Cárcova representa una escena sorprendente: la Ciudad de Buenos Aires, personificada por una virtuosa mujer con el escudo capitalino en el pecho, entrega en préstamo una pequeña bolsa de dinero a una pobre mujer acompañada por una niña.
Al mismo tiempo y con un gesto enérgico, la Virtud capitalina extiende su mano izquierda y rechaza a un Judío caracterizado con todos los lugares comunes: con atuendo medieval de túnica larga, con sombrero y la correspondiente barba, además de la nariz y una mano aparecida entre los paños. La Ciudad virtuosa reemplaza al usurero Judío en la noble acción de prestar al pobre, la ayuda necesaria para su subsistencia.
Detrás de la escena, se ven estanterías con todo tipo de objetos empeñados o dejados en consignación para su venta. Como ahora están en ese lugar las alhajas de mamá, las pocas piedritas que quedan y que cotizan más o menos los impuestos impagos del viejo caserón, que justamente construyó Vicente Ferrer Demaría, con los sueldos que le pagaban los ingleses por administrar el “Bon Marché”.
El “Monte Pío” o Banco Municipal de Préstamos o Banco Ciudad, es amigo mío, tienen obras mías en su colección y financiaron la mejor exposición que hice en mi vida en el Centro Cultural Recoleta. Pero justamente porque es amigo mío el Banco Ciudad, le tengo que decir que la banca y el capitalismo moderno lo inventaron los judíos justamente en la Edad media, al inventar la Letra de Cambio y con ella el mercado terciario, o sea financiero y trasnacional. Inventaron el mercado al instalar por toda Europa un sistema coordinado de Ferias, que sucedía una a la otra y a través de las cuales la Judería entretejía lo que ahora es el Mercado Común Europeo. La principal feria medieval de todo el sistema era la de Praga, Gueto con el cual los Nazis, siglos después, se ensañaron especialmente. Pero los judíos tampoco se quedaron contentos con haber creado el capitalismo moderno y quisieron crear a su antídoto, el socialismo, en el cual los principales teóricos fueron judíos y lideraron además la Revolución Rusa, hasta que llegó el antisemita Stalin, que purgó fusilando y confinando a los judíos anticapitalistas.
Es cierto que era otra época, que el antisemitismo rampante del que hacen gala todos los nombrados en la medalla era cosa de todos los días, para todos, desde Figueroa Alcorta a Ernesto de la Cárcova, desde Guiraldes a los coleccionistas como mi bisabuelo que atesoraban la medalla del Judío; es cierto que era un antisemitismo explícito y vulgar. Pero llama la atención en una medalla oficial y de la mano del socialista Ernesto de la Cárcova. Porque es el autor de la pintura emblemática “Sin pan y sin trabajo”, estandarte del Arte Social en la Argentina. Fue de los primeros progresistas que inundaron los Centros socialistas y proletarios, coincidencia obrerista con otro Becario en Europa: Pío Collivadino, autor a su vez de la otra baraja obrera del Museo Nacional: “La hora del almuerzo (obrero)”. Coincidencia socialista también con Roberto Payró, Eduardo Schiaffino, compañero de aventuras en el Bon Marché y con el médico J. B. Justo. Aunque Rubén Darío decía: “Veo en Ernesto de la Cárcova un dandy y veo un socialista”, y creo que por ese lado más complejo vamos mejor.
En realidad la familia de la Cárcova de obrera tenía poco, llegada en época de la Colonia desde Cantabria, familia emparentada con los Basavilbaso, Sáenz, Miera, Trendelbourg von Blakenbourg, Temperley Knight, Pérez del Cerro, García de Cossío, García de Zúniga, etc, etc. Su madre Juana Aurelia, era hija de Manuel Arrotea Iranzuaga, estanciero rosista, Diputado y Senador de la Confederación y hermana de otro Manuel, Diputado del Partido Autonomista, Partido conservador que extenderá su poder hasta 1916. Partido con el cual tanto Schiaffino como Ernesto de la Cárcova, ambos socialistas, no tuvieron ningún problema de carácter ideológico y la pasaron muy bien de la mano de la oligarquía roquista ilustrada.
Con la llegada del radicalismo, el socialista Eduardo Schiaffino, luego de ser echado ruidosamente por el Ministro conservador Rómulo Naón, se recicló en la diplomacia ocupando un nicho en Europa. En cuanto al socialista Ernesto de la Cárcova, fue Consejal de la Ciudad y se dedicó a la docencia artística, fundando la Escuela que lleva su nombre y que dirigí durante doce años. Creación que fue resultado del enfrentamiento de dos socialistas: Pío Collivadino y Ernesto de la Cárcova, los dos becarios en Europa, en Italia, desde donde el verismo social y el postimpresionismo de los “macchiaioli”, influirían enormemente. Enfrentamiento entre un militante socialista y dandy del Ateneo, Ernesto de la Cárcova y un verista macchiaioli más cercano a la Colmena artística, los Artistas del Pueblo y a la futura Escuela de la Boca, Pío Collivadino.
“Sin pan y sin trabajo culpa de los judíos” nos podría decir Don Ernesto, pero más allá de todo esto, es la comunidad la que elige las obras que la representan en su memoria, más allá de sus autores y las peripecias, de clase, suerte o destino que tuvieron al crearlas. Y “Sin pan y sin trabajo” se merece por su espectacularidad patética y su simplicidad elocuente el sitial del drama obrero, más allá de su Judío fundido en plata.
Investigación: Alfredo Benavidez bedoya.

sábado, 20 de agosto de 2016

El paracaídas de tinta china. El globo de tinta china.


El paracaídas de tinta china. El globo de tinta china. Dibujos a pincel con tinta china a la gomalaca sobre papel de acuarela. Medidas: 32 cm. x 24 cm. 2016. Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.

martes, 16 de agosto de 2016

Los viejos genios. El Genio de la Risa. El Genio del Odio.


Los viejos genios. El Genio de la Risa. El Genio del Odio.
Dibujo a pincel con tinta china a la gomalaca y Gouache sobre papel para acuarela.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.