jueves, 30 de octubre de 2014

Tú te quedas. Historias de perros.


“Tú te quedas”. Acrílico sobre tela. Autor: Didier Lourenzo.
Esta pintura, la única que me interesó de este pintor desconocido para mí, me interesó y mucho. La anécdota tierna del perrito dejado a cargo de la única y pobre valija aparentemente en una estación de tren, en realidad nos da pie para considerar varias cosas. Ante todo y desde el perro, él mismo parece cavilar mirando ya no tan atento hacia la dirección que tomó su dueño al irse, seguramente perdido entre la gente. Es casi seguro que su dueño es un hombre, por la ausencia de estética en sus pertenencias, un hombre viejo y pobre por la edad y el aspecto de la valija y solo además, por la necesidad de tener un compañero a cargo de él, un compañero, que es el único al que puede confiar sus pocas cosas. Un compañero perro, de cuerpo joven pero con un hocico plateado de canas, pequeño, vulgar, pero seguramente cariñoso y leal.
Es una metáfora sobre la propiedad, los lazos de afecto y de necesidad para sobrevivir gracias al viejo en el caso del perro, y de sobrellevar la angustia de la vejez con un compañero, en el caso del dueño del perro. La valija misma como objeto me parece maravillosa, las antiguas en realidad, porque las de hoy parecen electrodomésticos. La valija marca un centro para la propiedad y para la identidad del que se acaba de ir, un centro en movimiento.
Se podría imaginar un intento de robo con el perro mordiendo la mano del ladrón, o ya de noche recostado y sediento, abandonado por su dueño, tal vez a raíz de algún episodio fatal. Hoy hasta el perro podría ser dejado para volver inocente una valija dejada con una bomba de relojería adentro. Otra posibilidad sería la segura presencia de otros animales sueltos lo que podría poner en juego la lealtad y la disciplina a la hora de los instintos, incluso tal vez el perro no mira en realidad hacia donde se fue su amo, sino a un gato que se divierte, al verlo amarrado a la valija y a cargo de su protección.
Y hablando de perros, les voy a contar una de caniches que son los que me acompañan desde hace años. Resulta que el dueño de un viejo bazar que queda enfrente de la panadería de mi barrio me contó, que hace ya muchos años un vecino grande de edad y gordo en demasía, y que era además tan vago como para caminar unas cuadras, a buscar la docena de medias lunas que se comían con su esposa. Se presentaba todas las mañanas con su Ford Falcon a la misma hora siempre, y según me decía el dueño del Bazar, al observar por la vidriera estaba acostumbrado a su presencia, al punto que cuando no acudía el gordo por sus facturas comenzaba a pensar mal.
Como ya dije era vago y además jubilado, por eso se levantaba tarde y llegaba cuando la furia por las facturas había pasado y la del pan no había comenzado, las 11 hs de la mañana. Esto le permitía estacionar en la puerta de la panadería, y dejando encendido el automóvil, bajaba y retiraba siempre la misma docena, que ya le preparaban de antemano. No tardaba nada, pagaba y arrancaba rápidamente.
El gordo no venía solo en su impecable automóvil. Venía con un adorado caniche en el que la pareja dilapidaba el amor por el hijo ausente, el cual por trabajo había emigrado a Europa hacía años. El perro se acostaba en la luneta trasera del Ford y no se movía de allí, al punto que parecía una imitación decorativa, un peluche, una cerámica, un objeto inmóvil. El día del incidente fue un Lunes de verano, diez minutos antes de las once. El auto quedó estacionado frente a la panadería con la llave puesta y en funcionamiento, el gordo se bajó y entró a la panadería, en ese momento desde la luneta trasera el caniche vio aparecer, un muchachón sigiloso que se subió presto al volante y arrancó ligero doblando en la primera calle, doblando otra vez para tomar Vergara y al llegar a la esquina de ésta retomar Bernardo de Irigoyen en dirección al norte.
Nadie se dio cuenta de nada hasta que el gordo salió de la panadería, él se dio cuenta de todo y lanzó al aire las medias lunas, al grito desgarrador de: “Bochinche, Bochinche¡¡¡¡¡ Bochinche¡¡¡” Nadie entendía porque hacía tanto bochinche, hasta que a los gritos les dijo que era el nombre de su adorado caniche. Mientras los perros vagabundos se comían sus medias lunas, a los alaridos el gordo entró en la Comisaría que estaba a una cuadra sobre la Avenida San Martín casi Panamericana. Arrancó al Oficial de Guardia de su sitio y ante la enorme gravedad que aparentaba el caso, se subieron dos con el gordo al patrullero que quedaba para las emergencias del 911 y salieron tras el auto robado.
A los bandazos de vereda en vereda intuyendo el derrotero del ladrón se adelantaron, hasta una esquina donde un vendedor de diarios les confirmó que el automóvil había pasado y que se había ido en dirección hacia el norte. Arrancaron a gran velocidad, pero para sorpresa de todos, el Ford Falcon apareció 200 metros más adelante, mal estacionado, con la puerta del conductor abierta y el motor encendido.
Al acercarse con cuidado, los perseguidores pudieron ver un escenario dantesco: el interior del coche estaba todo ensangrentado, el tapizado, los vidrios, hasta la luneta trasera estaba salpicada de sangre. La cual abundaba sobretodo en el respaldo del asiento del conductor, el cual no estaba por supuesto en su lugar, sino que a juzgar por el rastro de sangre bien fresca, se había escapado por un pasaje que se conecta con la Avenida Mitre.
El gordo se zambulló dentro de ese cubículo sangriento en busca de Bochinche y lo encontró medio muerto y empapado de su sangre y en la de su víctima, a la cual le había arrancado la oreja derecha completa, oreja que conservaba todavía en la boca. Costó mucho sacarle el pedazo de ladrón de sus pequeñas fauces, puesto que si bien el caniche había sido reventado contra las paredes internas del auto por el legítimo dueño de la oreja, la bravura de Bochinche era inversamente proporcional a su tamaño y sus filosos dientes aserraron el cartílago hasta desprenderlo. Seguramente con la ayuda del damnificado ladrón, al tirar enloquecidamente del cuerpo del caniche para que soltara su oreja.
Del ladrón se supo algo, hasta que el rastro de sangre terminó sobre la Avenida Mitre, donde seguramente un socio lo había recogido. El perro sobrevivió dos años más pero quedó paralítico y con un humor horrible y dedicado al único placer de maltratar a los gordos comedores de medias lunas.
El dueño de bazar, en este punto del relato, me llevó aparte y me contó que cinco años más tarde, apareció un Cabo de vuelta a la Comisaría cercana, en esas rotaciones que le hacen de los agentes considerados sospechosos de complicidad con el crimen. Ya había estado en este destino y lo habían transferido más o menos cuando pasó lo del caniche. El detalle de macabra importancia era que al Cabo le faltaba la oreja derecha, la cual parecía haber sido arrancada de cuajo, a pesar de los dichos heroicos del agente que se daba importancia relatando un bravo tiroteo.
Autor del texto: Alfredo Benavidez Bedoya.

domingo, 26 de octubre de 2014

Vulcana colérica.


“ Vulcana colérica”
Grabado en linóleo. Linocut. Medidas: 33 cm x 26 cm.
Ilustración para “El hermafrodita” de Daniel Grandbois. EEUU.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.

sábado, 18 de octubre de 2014

El sueño del salvaje.


“Serie de las pesadillas. El sueño del salvaje.”.
Grabado en linóleo. Linocut. Medidas: 30 cm x 22 cm.
Ilustración para “El salvaje” de Horacio Quiroga.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.

jueves, 16 de octubre de 2014

¡Mirá¡. Edición completa.


“Mirá”. Edición completa.
Grabado en linóleo. Linocut. Medidas: 21 cm x 17 cm.
Grabado perteneciente a la Serie del Amor Natural.
Edición completa de 30 ejemplares numerados y firmados con la matriz cancelada por inmersión en resina cristal.
Papel Confetti. Italia. Libre de ácido. 220 gramos.
Precio- Price: 150 U$ cada ejemplar. Envío por Correo y pago mediante transferencia electrónica.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Argentino del Siglo XX expulsado del Paraíso.


“Argentino del Siglo XX expulsado del Paraíso”.
Grabado en linóleo. Linocut. Medidas: 60 cm x 80 cm.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Sota de espadas matando a la Bestia Peluda, mientras J.L. Borges observa todo con forma de pene.


“Sota de espadas matando a la bestia Peluda, mientras J.L. Borges observa todo con forma de pene”.
Grabado en linóleo. Linocut. Medidas: 60 cm x 80 cm.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.

martes, 7 de octubre de 2014

Los salvajes.


“Los salvajes”.
Grabado en linóleo. Linocut. Medidas: 30 cm x 22 cm.
Ilustración para “El salvaje” de Horacio Quiroga.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.