“El jolgorio del bicho”.
Grabado en linóleo. Medidas: 30 cm x 16 cm. Diciembre del 2015.
Hay que saber perder. A mí ya
me tocó tantas veces perder, que podría dictar un Seminario para la Derrota. En
realidad es muy fácil aprender a perder, debemos al leer la última página del
libro que contiene el relato que nos fascina y antes de conocer el final,
debemos cerrar el libro, y recordar qué clase de obra era. Porque si era una
novela de misterio, esa última página nos tendrá en vilo hasta el final, pero
si se trataba de un tratado dogmático o un reglamento administrativo, el tedio
reemplazará al vilo hasta el final. Porque puede ser que una obra se haya ido
transformado según se iba leyendo y su conclusión desconcierte. O puede
tratarse de un libro sagrado, siendo entonces la última página un ineludible
llamado a empezar el libro de nuevo. Así como la última hoja de un libro esencial,
que nos ha transformado para siempre, es una caída al vacío y a la propia y
autónoma capacidad de equilibrio. Así la última hoja de un libro lleno de
verdades parciales, delirios autocomplacientes y estrategias pasadistas
(pasadistas, no pasatistas), es una última página bienvenida, para el que
no comulga con el relato ya casi finalizado.
El pasadismo, de permanente
utilización en el arte occidental, es una estrategia que toma un segmento del
pasado, lo resignifica y lo proyecta como modelo a imitar, o por lo menos a
traer al presente en forma atemperada, interpretada o sesgada. Para Cristina
fueron los años 70 y para Macri será el Desarrollismo, los años 60. Son
estrategias para buscar cimientos histórico- simbólicos de legitimación, anclas
legítimas a partir de las cuales construir identidad propia. Pero nunca
producen los mismos fenómenos, en el arte tienen un aire de familia, los mismos
personajes, dioses y semidioses, alguna similitud formal en las proporciones,
conceptos o composiciones. Como por ejemplo el eje Clásico- Renacimiento-
Neoclásico- Arte Fascista o la ruina en el romanticismo y la Edad Media como
lugar inmanente del espíritu romántico o el Cubismo y el arte primitivo. Pero
bueno, nadie va a confundir a Fidias con Donatello, ni a los miniaturistas
medievales con el alemán romántico Friedrich o a Picasso con el África negra. A
veces “adaptan” o “mejoran” el modelo en clave moderna, a veces lo “empeoran”
alterando sus partes a conveniencia y otras veces lo tratan de repetir tal
cual, lo que resulta una parodia deprimente. Pero siempre el resultado es
diferente, el pasadismo construye un presente a través de un pasado revalorado
en clave funcional a los intereses futuros.
La metáfora del libro
es pertinente porque si el relato nos gusta mucho pensaremos que no termina,
que apenas el libro es el primer tomo o el capítulo de una serie.
Tal vez se trata
entonces de relatos que de tan dominantes que son, se van repitiendo de tal
forma que quedan inmóviles o se mueven cómodos, pero sin salir del mismo lugar.
Un lugar que se vacía al leer la última página. La cual como digo, podrá tener
una zaga, pero todos sabemos que siempre en el arte y en la vida, los momentos
y las obras que abren rumbos, son irrepetibles. Las segundas partes casi siempre
arruinan las primeras.
Además ese libro común lo
leemos entre todos y hay mucha gente que lee y se aburre, porque ya sabe como
sigue. Otros van leyendo y se indignan y se manifiestan en contra y por la
conclusión perentoria del relato, o su transformación en un nuevo y distinto
libro. La textura literaria del relato debe ser inclusiva al ser común a todos
la lectura del mencionado libro.
La última página de una obra
literaria o el momento en que el artista define a su obra como conclusa, es un
acto que valida todo lo bien hecho según su autor, y es el abandono de una obra
que ya no lo necesita más. Un abandono que no permite tampoco al Autor, volver
en el futuro a modificar lo dado por bueno en su momento.
Los gobiernos son tomos en
una biblioteca, los hay bien encuadernados en cuero, otros en rústica, unos
gordos y altos, otros flaquitos y enanos, algunos sangrientos, otros grasientos
y muchos muy apolillados. Los gobiernos pretéritos son libros con relatos
diversos, que se odian profundamente entre sí, pero que viajan en el tiempo
apretados unos junto a los otros en un anaquel de biblioteca. Como esos
parientes que se odiaron toda la vida pero terminan coincidiendo en la cripta
familiar.
Lo que si hay que condenar es
a los ladrones, que son mentirosos para robar y autoritarios para que no se
noten sus mentiras públicas, a esos y a los botones, los comisarios políticos
que persiguieron personas. Porque el castigo por lo menos social en éstos
últimos y pecuniario en los primeros, impedirá, al ser una pena
disuasiva, el que los nuevos funcionarios “desarrollistas” cometan estos
delitos con sus nuevos gobernados. Ladrones y botones. Ladrones mentirosos o
botones comisarios políticos que arruinaron carreras, amañaron concursos,
echaron disidentes, persiguieron familiares de disidentes, promovieron juicios
en ARBA o AFIP para disidentes, humillaron, injuriaron y ningunearon a quienes
creían o incluso escribían, producían o imaginaban otros relatos posibles.
Relatos todos pasibles de debilidad ficcional, claro, porque así como hay
relatos de calidad los hay de los otros, depende de los autores, individuales o
colectivos. Además hay que tener en cuenta que al relato uno lo modifica a
conveniencia, uno, ya sea individual o colectivo. Y de todas, la etapa dogmática
es la más estúpida, aparece a raíz de la falta de correlato con la realidad. El
Verbo hecho Verso. El relato, en ese caso, se sacraliza y se transforma en
tótem y a todo lo demás se lo transforma en tabú, en lo prohibido. Es la etapa
necia de la anterior acumulación virtuosa ya agotada.
Son pocos los ladrones y los
comisarios políticos, los ladrones y los botones; pero si éstos no son
socialmente señalados y separados de la actuación pública, los nuevos no
tardarán en actuar igual a los que se van. Los que se van me persiguieron en
forma pública y documental durante diez años. No me echaron de “la”
Universidad, me echaron de dos universidades: del IUNA y la UNLP, me
echaron en forma humillante, injuriante y antirreglamentaria de ambas.
Además de las decenas de actitudes fascistas que tuvieron con mi mujer y
conmigo en la Universidad y en la Secretaría de Cultura de la Nación. Que fue
todo un escaparate de la persecución como ya se verá.
No soy cómodo para nadie.
También con los que entran, los desarrollistas, tuve mis enfrentamientos cuando
quisieron limitar los premios artísticos, ganados por concurso público,
sobre esto hay varios post publicados y protagonizados por Hernán Lombardi en
mi página de Facebook hace años. Al igual que otra colisión con el pelado Jorge
Telerman, que ahora se prometía como Ministro cultural de Scioli y que nos
quiso quitar los premios municipales ganados por concurso, antes que Lombardi.
Porque según él, los artistas “hacíamos la plancha”, cosa que va a practicar él
mismo desde el 10 de diciembre, hasta que se pegue otro garrochazo político o
trabaje de vidriera del Unicenter. En fin, en mi caso me parece voy a tener que
seguir perdiendo, pero hay que hacerlo con estilo, con arte si es posible. Hay
que saber perder. Y ya a los 64 años uno se prepara para perder para siempre.
Pero, con respecto a esto último, quiero hacer una observación: yo no soy un
viejo de mierda, como dice ese funcionario del Museo Nacional del Grabado que
se llama Guillermo David, no, yo no soy un viejo de mierda, yo soy un viejo
hijo de puta, y se lo estoy demostrando al Sr. Comisario, al hacer esta última
observación en forma pública y sin ningún miedo. Se quede o se vaya el Señor
Comisario.
Alfredo Benavidez Bedoya.