sábado, 10 de septiembre de 2016

“Un piano para Felisberto”.


“Un piano para Felisberto”. Grabado en linóleo.
Grabado en homenaje al maravilloso escritor uruguayo Felisberto Hernández. 1902- 1964.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya. 2016.


miércoles, 7 de septiembre de 2016

Tratado del paisaje indiferente.


Acuarela.
Tratado del paisaje indiferente.
Uno pinta un paisaje elegido y sea cual sea el resultado, el elegido ni se entera. Ni se entera ni le importa yo diría. Si el paisaje elegido no fuera de nadie ni nadie viviera en él, y yo, en vez de pintarlo decidiera quemarlo, tampoco le importaría. Y la prueba está en que, sin decir palabra, el paisaje en poco tiempo se puede poner otra vez en la situación de ser elegido para ser pintado de nuevo. Basta con la renovación vegetal del manto verde, porque las ruinas, si las hay, siempre quedan bien en cualquier paisaje.
Lo que molesta es esa indiferencia del paisaje hacia lo que uno haga con él. De jóvenes hacíamos salidas campestres los alumnos de Bellas artes para pintar paisajes, para pintar “manchas”, frescos bocetos a pincel. Cualquiera podía ver los resultados horribles y los otros muy dignos que se producían, pero ninguno se acercaba nunca a nuestros deseos. En cambio el paisaje elegido por nosotros nunca nos exigió nada, ni tampoco nos avisó cuando perdió alguna de sus calidades o cuando otras le surgieron. No nos mostraba algo a propósito, algo para inducir un “motivo paisajístico”, nada, salvo se quedaba fijo y se dejaba elegir.
El paisaje no tiene deseo de ser mirado, ni gozado, ni pintado. Permite desde esa indiferencia metafísica que uno destaque un encuadre, suprima un árbol, detenga todo movimiento, acomode la geometría perspectiva en acuerdo a la composición y cualquier otra licencia. A la hora de elegir los colores y los tonos de los mismos, tampoco interviene, uno puede cambiar las estaciones cambiando la pigmentación de la mezcla pictórica y el paisaje se queda inmutable.
En ese momento uno se pregunta para qué vino hasta aquí, si ya el mundo entero es un panóptico visto a vuelo de pájaro. Para que uno viene a mirar, pintar o fotografiar un lugar elegido como motivo paisajístico, cuando el mismo es indiferente a su propia condición e indiferente a nuestra percepción estética. Su indiferencia metafísica se reemplaza por nuestro goce estético. Goce que tiene algo de pánico, al saber lo frágil que es aquello que nos ofrece armonía o belleza sin más, y lo rápido que se vuelve un recuerdo. Acaso el sentimiento de intensidad que nos emociona ante determinados paisajes es la ilusión de eternidad que sentimos, cuando el lugar se ofrece pletórico para la vida. Es allí donde la Muerte no es posible. Pero ya lo sabemos pintado por Poussin: “Et in Arcadia ego”, “Yo también estoy en la Arcadia”, los pastores lo leen en una tumba. No hay paisaje sin muerte.
Con las nubes ni hablar. Todas las nubes de todos los paisajes de todos los museos del mundo están en su lugar correcto; serán muchas, serán pocas, o ningunas, pero seguro que están las necesarias para equilibrar las masas. Y lo digo porque los pintores las inventan y solamente las respetan cuando les conviene. Y porque los fotógrafos las evitan a menos que haya juegos de luces entre ellas y los paseantes no salen a mirar paisajes cuando hay nubes, por las dudas, por si llueve. El paisaje extremo de la tormenta explícita tiene algo de caricatura histérica, caricatura del paisaje deseado y elegido cuando estaba en calma.
Las vacas y los cerdos, paseando sus ubres lecheras y sus jamones por el campo son motivo pictórico por denotar abundancia y paz en la comarca. El agua, aunque sea poca, un arroyo, una nube cargada de lluvia, aunque sea eso, aleja la sed que siempre producen los desiertos arábigos. El paisaje inhóspito, macabro, yermo no es el paisaje de Dios, más bien lo es del Demonio. Las Tentaciones de San Antonio ocurren en el Desierto. En la historia de la Pintura hay muy pocos paisajes nocturnos y casi todos ellos denotan melancolía, miedo o peligro. El paisaje nocturno tiene algo de paisaje de sueño o de pesadilla. En cuanto a las bestias salvajes saliendo de la espesura, ya son criaturas fantásticas para ilustrar un Bestiario, a nadie se le ocurriría pintarlas merodeando en la actualidad y al paisaje tampoco le gustan esas bestias, porque le arañan las espaldas.
El cambio climático y las derivadas catástrofes naturales de gran portento, no constituyen una respuesta del paisaje. No significa que el paisaje se volvió loco o está muy pero muy enojado. No. Esto ocurre porque el paisaje siempre vivió en la indiferencia hacia nosotros y todo lo que ocurrirá es el acumulado de tantas oportunidades perdidas. De oportunidades de vinculación entre nosotros y el mundo, oportunidades perdidas por el desinterés metafísico que tiene el mundo hacia nosotros. Hoy ya somos los jardineros del Mundo, ya el Mundo todo está siendo dibujado, la geometría ordenadora de la actividad humana dibuja el Mundo y suprime la singularidad por la normalización del paisaje. El paisaje está siendo dibujado antes de que llegue el pintor, a elegir “el motivo” pictórico que lo motiva, que le da un motivo para desembalar su equipo y ponerse a pintar el paisaje elegido. Hoy ante la indiferencia del Mundo, el Hombre lo vuelve prolijo, lo ordena, lo dibuja con protocolos, escalas y proporciones basadas en el Hombre, jardinero del Mundo. Todo paisaje que se elija en unos años para pintar, deberá sus calidades solamente a la acción del Hombre. El azar como creador de la belleza natural será leyenda. Habremos configurado el mundo a nuestra medida. Todo tenderá a volverse parecido, lo singular se repetirá hasta volverse vulgar. La apropiación del paisaje elegido habrá terminado y todos viviremos eternamente dentro de un paisaje pintado por un estudiante de Bellas Artes. Qué le vamos a hacer, si casi ya está hecho.

Acuarela y Tratado: Alfredo Benavidez Bedoya