miércoles, 4 de septiembre de 2013

El Cristero y los indios del sur. El hacha del verdugo.


“El hacha del verdugo”
Dibujo al pincel sobre papel
Canson Fontenay de 300 gramos.
Tinta Sennellier Verde Oliva
Tinta a la gomalaca.
Ilustración para:
El cristero y los indios.
Los crímenes de la Isla Martín García. 1878.
Relato ficticio de estirpe india.
1878.
El Cristero y los indios del sur.
Los Crímenes de la isla Martín García.

Cuando el Cardenal Jorge Bergoglio fue designado Papa, la sede del arzobispado quedó vacante por un tiempo, tiempo que aprovechó el Gobierno de ese momento (con el cual se llevaba pésimo, Bergoglio), para enviar a la Secretaría de Inteligencia con el propósito de allanar en secreto la sede del Arzobispo, sita en la misma Catedral.
Robaron muchos documentos, pero no les sirvieron para nada y pasado un tiempo, algunas curiosidades históricas empezaron a aparecer en las librerías de viejo. Éste es el origen del presente documento, una librería de viejo, una cuna para las huellas del pasado. El documento consta de un Informe final manuscrito y un texto adjunto, al Excm. Arzobispo de Buenos Aires Monseñor León Federico Aneiros en 1878, por parte del Padre José Birot, misionero lazarista. Éste último había sido enviado, junto a Juan Cellerier, por el mismo Arzobispo a la isla Martín García, para curar, ayudar, bautizar y casar a los indios del sur confinados en la mencionada isla.

Excelentísimo Arzobispo de Buenos Aires.
Monseñor León Federico Aneiros
Mi Reverendísimo.
Con humildad me dispongo a informaros de los sucesos acaecidos durante el tiempo que Su Dignísima me envió a ese lugar horrible, la Isla Martín García, presidio, lazareto y lugar de confinamiento de indios. Al peor lugar, dándome la dicha de poder manifestar mi fe expiando mi pecado entre la mugre, la enfermedad, el dolor y el crimen. Mi Excelentísimo ha demostrado una enorme bondad al imponerme tal tarea misional en esa isla macabra, pero espero humildemente de Su Humildísima, que la próxima vez que me asigne una tarea peniente, sea más del talante intelectual o docente; para luego lanzarme, ya recuperado, al estiércol otra vez.
La situación de la isla no podía ser más caótica. Al presidio construido por los españoles y sus presos peligrosos, se debe agregar, el lazareto cuarentenario con sus apestados y el confinamiento de casi un millar de indios del sur, muchos guerreros otrora irreductibles y algunas de sus mujeres y niños. El ejército y la marina se disputan la isla y entrenan a los indios para incorporarlos a sus filas. La marina lo hace en el vapor “Rosales”, que es el nexo con la ciudad de Buenos Aires y que fuera el buque que trajo a los indios desde Bahía Blanca.
Nuestra intervención se debió a la persistencia de la viruela entre los indios y que, a pesar de la vacunación masiva, no se obtuvo ningún efecto dado el estado miserable de salud en que se encuentran los pobres indios. El Ejército no sabe qué hacer con la situación. Al tener el lazareto encima, los médicos exigieron higiene entre los indios, algo lógico porque es cierto que viven más sucios que una cloaca, pero al obligarse a los indios a bañarse en el río una vez por semana siendo apuntados por centinelas, esto terminó con su sistema de defensa corporal y la viruela cundió. Sucios eran más inmunes a la peste.
Además, el dinero que invierte el Ejército en los indios es casi nulo, tal vez por sentirse humillados los militares al tener que sostener con su propio presupuesto a los vencidos por ellos mismos. Por eso solicitamos a todas las parroquias de Buenos Aires, dinero para los indios de Martín García y recibimos cantidades muy grandes, que fueron oportunamente rendidas ante Su Decentísima. Con este dinero paliamos las necesidades que tenían los indios, pero hay razones ocultas para que todo esto no llegara a buen puerto, por eso le ruego a Su Brillantísima que lea el documento adjunto, donde relato las verdaderas razones de esta tragedia disparatada, es un documento separado para que Usted decida si lo conserva, o por el contrario conviene a la Santa Iglesia que lo destruya.

Relación de hechos y conductas aberrantes que derivaron en el fracaso misional y en la expulsión del Padre José Birot de la isla Martín García:
En la Unidad de Médicos del Lazareto hay un famoso médico e investigador, un científico, que incluso realizó la primera transfusión de sangre hecha en la Argentina y lo hizo en la isla Martín García. Un joven brillante, de una familia muy conocida en el país, tan conocida que no me atrevo a escribir su apellido, nieto de próceres, hermoso hombre, pero también es manifiestamente un pederasta, un mariquita asqueroso y afeminado, siempre a la pesca de novicios para su perversión. Secundado en todo esto por un enfermero anciano y con melena, que triangulaba como si se tratara de una celestina, las inmundicias que Su Purísima seguramente ni podrá imaginar. Los escándalos del galeno, su familia los ocultaba, gracias a su poder y fortuna, y toda la sociedad se hacía la distraída aplaudiendo sus logros científicos. Lo pudieron hacer hasta que llegaron los indios del sur.
Entre los novecientos indios llegados a Martín García, como Su Iluminadísima sabe, logré bautizar a casi quinientos y muchos de ellos adoptaron mi nombre eclesial, José, anteponiéndolo al suyo indígena. Prueba de mi dedicación y amor. Llegaron muchos hombres jóvenes de etnias distintas, sobre la que sobresale en todos sentidos, la patagónica. Algunos de estos guerreros gigantes, llamaron la atención del galeno pederasta. Sobre todo uno, joven, robusto, de melena renegrida y belleza salvaje. Era un machi, un hechicero, ocupación habitual dedicada por la tribu para los pederastas indios, pues los indios pensaban que los maricas tenían Pactos con el Diablo.
El médico sodomita desarrolló una estrategia para llegar a los indios. Por razones higiénicas, exigió que se bañaran en el río, en masa y en público, los indios entraban vestidos al agua y lavaban el cuerpo y los trapos que los cubrían con el jabón, obtenido de los huesos de los vacunos y provisto por el ejército. Al lavarse con la ropa, ésta perdía la inmundicia y, como ya relaté, limpios por primera vez, esto potenciaba su debilidad ante la peste de la viruela.
Luego ordenó cortarles el pelo, como suelen hacerlo las maricas. Esto motivó “el motín del pelo largo”, motín cubierto por la prensa y que mereció la intervención del Ministro de Guerra. Sofocado el motín, se peló a casi todos salvo a los caciques, a los capitanejos, a los lenguaraces y a los preferidos del Doctor Amor, todos ellos patagones, a los cuales les realizó peinados propios de cortesanas, un asco. Estos actos inmundos fueron creando odio entre los indios pelados contra los indios peinados.
Y para acosar aún más a los patagones, exigió hacer una revisión sexual genital para detectar enfermedades venéreas, como la poderosa sífilis. Usó como pretexto que los soldados que habían intimado con las indias estaban enfermos. Al saberlo los indios, se produjo el “motín de Venus”.
Comenzaron los militares con un fracaso, al querer desnudar a todas las tribus al mismo tiempo, las primeras en negarse fueron las mujeres, así que comprenda, Mi Clarísima, que era imposible que los guerreros hicieran otra cosa que oponerse también; el único que se desnudó fue el “machi” y no sólo se desnudó sino que se paseó con movimientos sinuosos y provocadores por adelante de toda la tropa blanca, negra y mestiza. Para ser sincero y esperando su comprensión Mi Ilustrísima por este comentario, el pene de los patagones es enorme, es proporcional con su tamaño gigante, esos penes son el sueño de los sodomitas. El Doctor quedó con la boca abierta por varios minutos.
A continuación, ordenó realizar revisaciones individuales, se le ocurrió revisar antes y delante de los indios, a un soldado y a una pobladora cristiana, y al hacerlo con decoro y respeto, los caciques fueron los primeros en revisarse y luego todos aceptaron. Así llegó el Doctor a intimar carnalmente con el “machi” y a empezar el acoso de sus otros elegidos, los indios peinados.
Fue a partir de ese momento que la situación se volvió peligrosa, los soldados del Batallón estaban furiosos al ver al médico con su enfermero anciano, desnudos bañándose con los indios elegidos, los indios peinados, estos eran acosados con favores y comodidades mientras los otros vivían en la miseria bíblica. Y los demás indios también estaban furiosos y temerosos porque pensaban, que parte de su rol de derrotados parecía volverse objetos sexuales de los victoriosos. Aunque si viera, Mi Liberalísima, lo feos que eran casi todos ellos, se daría cuenta que la bacanal de los derrotados que pensaban, era exagerada.
Pero el miedo pudo más y planearon una fuga, lo hizo el cacique Pincén quién junto a un marinero indio cómplice, robó una falúa y se fugó llevándose con él a los elegidos, los indios peinados, que estaban a punto de caer en las redes del pederasta. La fuga la cubrió la prensa como recordará, llegaron a Carmelo, fueron arrestados por la policía uruguaya y devueltos sin más trámite. A los dos días de ser arrestados nuevamente los fugados, y con todos ellos engrillados fue que se cometieron los dos crímenes. Los grillos estaban unidos a cadenas fijas a la muralla del presidio, así que ninguno de ellos pudo cometer los crímenes.
Aparecieron restos de los amantes, las cabezas del médico patricio y corrupto, y del indio machi y voraz marica , cercenadas y coronadas de espinas. Y las manos de ambos clavadas en los árboles como a Nuestro Salvador le hicieran. Son estos crímenes blasfemos porque mancillan las Santas Figuras y su contenido sagrado, los asesinos usan nuestros misterios divinos para disimular sus horrendas venganzas. Ya han ocurrido crímenes de este tipo en la isla Martín García, los pobladores hablan del “Cristero”, una fuerza que interviene cuando la injusticia o el espanto se adueñan de la isla. Éste no es el único sacrilegio que encontré en la isla, también en el cementerio hay cruces torcidas, como en la cruz de la ortodoxia rusa, donde van clavados los pies del Cristo, según el lado alto corresponde al paraíso para el Buen Ladrón y el lado bajo, para el infierno, que le toca al otro blasfemo que repudia al Cristo. Son cruces de criminales, de ladrones, de pecadores. Es una isla blasfema y los muertos con cruces torcidas son malditos impenitentes.
Como en otros casos que recuerdan en la isla, los cuerpos sangrantes fueron arrastrados hasta Punta Cañón, donde las huellas se iban para no volver. Hablando todos de un “Cristero” y siendo parodiada la Santa Pasión en clave carnicera, exigí en tanto representante de la Iglesia, que se resolviera rápidamente la criminal tragedia.
El Jefe Militar nombró como Oficial instructor a un Sargento Mayor completamente complaciente con su Jefe, con el objetivo evidente de solucionar rápidamente el caso, por la notoriedad del occiso pederasta, pero patricio, y la repercusión en la prensa que ya tenía. Al no encontrar al enfermero anciano y melenudo, lo culparon directamente a él, y al encontrarlo ahorcado en un árbol, determinaron que su suicidio era prueba de ser el verdadero asesino de los amantes. Porque sabiéndose en una isla artillada de donde no podía escapar, se mató. Y mató a los amantes pervertidos, tal vez por los celos que su ancianidad sufría ante el brío del patricio y su indio patagón. Caso cerrado. A la familia le pareció una explicación plausible, aunque oficialmente se anunció que el pederasta había muerto de cólera, contagiado por sus pacientes. En fin, un héroe.
Para mayor abundancia, el Jefe Militar determinó que el enfermero ahorcado debía ser además, fusilado, por estar en una unidad militar donde el suicidio no estaba permitido; se lo descolgó, se lo ató en una escalera a la cual apoyaron en forma vertical contra las murallas del presidio. Y reunido un pelotón y a la voz de fuego, ordenado por el Jefe Militar, el cuerpo del ahorcado recibió los tiros con indiferencia. Luego algunos viejos pobladores me dijeron que ya habían tenido un fusilamiento similar, pero con un enfermo.
A esta altura me convencí que para saber que ocurría realmente debía averiguarlo yo mismo, supe que el anterior verdugo estaba encerrado en una celda para dementes desde hacía años, decidí ir a verlo, al ser él quien primero empezó a hablar del Cristero. Con los años, enloqueció de tanto matar y matar, o de algo que no sabemos y lo dejaron incomunicado. Ofreciéndome como confesor del verdugo ningún milico se pudo oponer. La primera vez que fui, ni me pude acercar a la celda subterránea, por el profundo olor a cueva de animal salvaje que tenía, con toda virulencia protesté y ordenaron limpiarla y volver presentable al verdugo.
Al encontrarme con él supe que era un lunático sin retorno, un hombre cadavérico, baboso, con el pene erecto todo el tiempo en medio de una pedorrea. Hablaba como un borracho y era porque lo estaba, pues le habían dado un vaso de grapa para que se despejara y no contara nada, pero el hambre y los tantos años sin beber potenciaron la grapa enormemente y lo volvieron un orador.
Bajo secreto de confesión, que con imbéciles y borrachos tales no corre, me dijo que son los verdugos los que matan para mantener vivo al Cristero, que se despierta ante una grave circunstancia que conmociona a todos. Para que todos sepan que la muerte es justiciera y que la muerte es el oficio de los verdugos, o sea, de ellos. También me confesó que fue él quién mató a su anterior verdugo para quedarse con el puesto, ayudado por la corrupción administrativa, corrupción que también le permitió seguir en la isla, cuando quisieron destinarlo a un regimiento de negros a los cuales había maltratado.
Cuando a los diez años volvió a actuar como si fuera el Cristero, fue el Oficial Instructor el Sargento Mayor Francisco Borges, el mismo que ya como Coronel y Comandante de la Frontera contra el indio, fue decisivo para que confinaran a los indios en la isla, pues según se iban rindiendo se los tenía prisioneros a retaguardia, mientras se seguía luchando con los aún rebeldes. Una situación incómoda para el campo de batalla. El pobre Coronel murió a disparos de Remigton en la batalla de La verde.
Muchas cosas concuerdan con la confesión del verdugo pues los cortes de cuellos y manos no tienen la prolijidad de un enfermero por más marica que sea, más bien parecen cortes hechos con una hachuela para despenar, que es la que usan los que despenan soldados después de una batalla. La triste tarea era la siguiente: junto a un médico que decidía quién sería despenado, porque el sistema sanitario existente no lo podía curar, iban un par de soldados con hachuelas. Sin gastar munición se clavaba la hachuela en la nuca del desgraciado y se le iban las penas. Se moría. De ese oficio vienen los verdugos que tenemos, son adictos a la muerte ajena.
Lo que decía el verdugo demente era que el nuevo verdugo, que lo reemplazó cuando lo declararon loco a él, era quien estaba matando pederastas. Y que si no se vivía otro episodio extraordinario, de carácter injusto, degradante o violento, el Cristero ya no mataría por un tiempo. Mi serenísima, lamento el tenor de este informe, pero el inmiscuirme en semejante isla de pecado y miseria humana, hizo que me volviera molesto para la autoridad, al punto de que el Jefe Militar pidió que me retiraran de ese destino, y enviaran en mi lugar a tres Hermanas de la Caridad. Supongo que no saben cómo tratan y qué piensan de las mujeres, los indios del sur. El caso fue famoso, el galeno pederasta un héroe nacional muerto de cólera. Del indio y del ahorcado suicida y fusilado nadie sabrá jamás, salvo Su Dignísima y yo, su esclavo en Cristo.

Por lo tanto, despido de Usted, Mi Reverendísima, en la gracia de su dispensa segura, al no tener que confesar más que un solo un pecado, aquel que Usted conoce: el vicio del beber ginebra y grapa paraguaya. Mi esfuerzo es permanente, pero las vicisitudes en las que mi vida transcurre, no ayudan a la paz espiritual de un pobre pecador como yo. Rogando otra penitencia que no sea la Isla martín García, lo reverencia orando por Usted a Cristo Nuestro Señor,
Padre José Birot
Misionero lazarista.
Isla Martín García.
24 de marzo de 1878.
Autor del dibujo y del cuento: Benavidez Bedoya