sábado, 28 de septiembre de 2013

La Reina coja.


Retrato de Francisco de Quevedo.
Una de las tres copias anónimas del original de mano de Velázquez.
El original se ha perdido, esta es la mejor de las copias, pero se ve que no es la mano de Velázquez en lo desordenado
del cabello del Poeta. Al ser esta su condición, poeta, se destacan los anteojos de intelectual y mediante brillos también se destaca la boca recitadora.
Dibujo sobre papel Aquarelle Fontenay
100 % algodón. Canson.
Autor: A Benavidez Bedoya
Estudio a partir de Diego de Silva y Velázquez.
La Reina coja
Hay una anécdota dentro de las muchas del poeta Francisco de Quevedo que nos muestra la categoría de su genio. Resulta que la Reina Isabel, esposa de Felipe IV, era coja. La pobre Isabel de Borbón, quién perdiera en vida cinco hijos, quedando viva
solamente su hija la infanta María Teresa, además de todo esto, era coja y murió a los cuarenta años tal vez a raíz de la sífilis del Rey. La cojera la disimulaba y si bien era notable la negaba, y desde niña no toleraba que nadie se refiriera a ella. La cojera real estaba prohibida.
Quevedo le apostó a todos sus amigos de que era capaz de decirle en la cara a la mismísima Reina que era coja. Como eso parecía imposible, todos apostaron contra Quevedo. En la primera gran recepción que hubo en la Corte, el poeta se presentó con un clavel
en una mano y una rosa en la otra y al saludar a la Reina las alzó a ambos lados de la soberana y le recitó estos versos:
“Entre el clavel blanco y la rosa roja su Majestad escoja,
Entre el clavel blanco y la rosa roja, su Majestad es coja”.
Ganó una cena y dinero con esto, pero se ganó también el enojo del Rey Felipe, quien lo convocó a otra recepción y delante de la Corte le pidió que les improvisara unos versos. Quevedo le dijo al Rey: “Dadme un pie, Mi Majestad”. Se refería al pie como introducción a un parlamento o que le sugiriera un tema para los versos. Un pie que ayuda como aquel que ayuda a subir al caballo. Pero el Rey, sentado en el Trono y para ponerlo en aprietos le extendió su pie. Quevedo no tuvo más remedio que,
sosteniendo el pie real por el talón, improvisar estos irónicos versos:
“Paréceme, gran Señor, que estando en esta postura,
yo parezco el herrador y Vos la cabalgadura”.
A Quevedo no le pasó nada, tal vez porque él también sufría de cojera.
Reseña y dibujo:
Alfredo Benavidez Bedoya.