viernes, 22 de noviembre de 2013

El Cristero y la Peste. Segunda parte.


Martín García. Primer Faro de madera. Óleo sobre tela. 1884. Secretaría General Naval.
Diseño del Faro de la isla Martín García. Terminado en 1897.
El faro tuvo hasta 1916 luz fija de querosén, luego luz a destello de carburo de calcio y en 1924 se adoptó un sistema de luz a destello con alimentación de gas.
Dibujo: “La enmascarada recibe al Mal”.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.
Los crímenes de la Isla Martín García.
El Cristero y la Peste. Segunda Parte.
El Pabellón de la Muerte.

Oficina Central de Hidrografía.
Ministerio de Marina
Informe para el Director Teniente Coronel de Marina Clodomiro Aguerreberry
Funcionario informante:
Óptico Diplomado. Marcello Longobardi. Torrero de Faro.
Faro Isla de Martín García.

Al principio, la cercanía de las familias y los conocidos, con los cuales se comunicaban a la distancia calmó los ánimos de los apestados, además hacía días que no había muertos, aunque muchos presentaban síntomas muy claros de peste. El enorme pabellón fue rápidamente amueblado y los confinados hicieron traer a sus familias y allegados desde Buenos Aires, todo tipo de artefactos o provisiones, en algunos casos de lujo. La convivencia nunca es fácil y menos en cuarentena, los pasajeros se agruparon por nacionalidades o afinidades, pero entre ellos ya había recelos y antipatías.
Nadie pensaba que la cuarentena se iba a extender mucho, pero así fue, recién se fue luego del largo verano, cuando se fueron los mosquitos, que siguieron picando de enfermo en sano y de a poco enfermando a todos. Para evitar el contacto externo a través de mosquitos infectados, se quemaban pastos, se provocaba humo y se quemó todo el palo santo de la isla que dicen que repela a los mosquitos. Pero, también se tomaron otras medidas de aislamiento físico total, porque varios sanitaristas negaban la teoría de los mosquitos.
A las medicinas tradicionales se le sumo el láudano, una forma líquida de consumir el opio, de efecto terapéutico, pero del que abusaron enormemente todos, así como de los infinitos licores, vinos y bebidas blancas que los ricos pasajeros se hicieron traer. La muerte de los propios, de los cercanos, la muerte propia, el hacinamiento en una especie de pequeña ciudad glotona y libertina, anillada y prohibida por fusileros armados. Esta situación llevó a escenas de locura y de muerte. La enfermedad incluye entre sus síntomas finales el delirio y violentas convulsiones, el primero fue el causante de varias muertes y las convulsiones de los seres queridos enloquecían a sus familias.
Resulta que mientras todo esto pasaba, la isla estaba en plena alarma por la fuga de un peligroso preso, un violento homicida, un perverso lunático. Todo el personal del presidio lo buscaba apoyados por fusileros navales. Como era habitual se dirigieron primero a punta Cañón que es desde donde los presos trataban de alcanzar el vecino país, el reo, de nombre supuesto Juan Solanas, había trabajado en reacondicionar el enorme Pabellón y pronto se supo que se encontraba adentro del Pabellón, habiéndose escondido el pícaro, entre las enormes cabriadas, que los indios habían levantado para sostener esa techumbre cargada con tejas coloniales.
Los aislados pasajeros del “Carmania” exigieron a los gritos que retiraran al polizón, a lo que se les respondió que ahora el reo también sería abatido si intentaba salir de allí. Varios de los pasajeros viajaban armados, algo común en la época teniendo en cuenta también que algunos tenían grado militar o eran personal de seguridad de funcionarios en viaje. Gracias a estas armas el esbirro fue maniatado y controlado, pero también por esas armas se vivieron escenas cada vez más horribles. Cuando se supo que el preso estaba dentro del Pabellón y siendo esta una clara negligencia de la Comandancia, las relaciones con los familiares y los allegados poderosos de los internados se tensó, por todos estos problemas la Dirección de Sanidad ordenó cerrar la isla, teniendo en cuenta otro brote de viruela. A partir de ese momento los familiares tuvieron que resignarse a recibir informaciones censuradas por los funcionarios, a menos que sobornaran centinelas, cosa que también hicieron.
Con perversidad la peste alargaba los tiempos, cuando ya nadie estaba enfermo habiendo muerto hacía días el último, otra vez aparecían síntomas en otro pasajero, al cual cualquier mosquito podía picar y cargar el violento mal y volver a picar, y mosquitos compatibles no faltaban, con el río en bajante llenando de charcos y lagunas en su retirada, y el calor agobiante cocinando en ellas dulcemente a las larvas de los mosquitos.
Las familias, los políticos y los servicios secretos de los países que tenían importantes viajeros entre los apestados, y como ya le informé, mediante sobornos muy importantes consiguieron que un grupo de centinelas los tuvieran informados de los que ocurría. Los centinelas se acercaban de noche al pabellón y a través de las tablas que cegaban las ventanas, el pasajero del “Carmania” daba un parte diario. Como eran varios los centinelas que diariamente se acercaban a recibir ese parte diario de parte de diferentes representantes de esa curiosa micro sociedad enferma, al juntar y entrecruzar los relatos se puede saber y ver en forma panorámica y a veces contradictoria todo lo ocurrido en el Pabellón de la Muerte. Yo tengo todos los informes duplicados, yo sé todo lo que ocurrió, lo escribiré y lo daré a la luz según convenga, es, desde ahora le informo, un material muy sensible por la calidad de esa Primera Clase de apestados.
Le puedo contar al azar y sin detalles algunos casos escalofriantes como esa Matrona patricia septuagenaria, suegra del Ministro de Agricultura, de esas que viajan con la vaca en la bodega para tener la leche fresca. Esa vieja que entró en delirio por la peste y el láudano y se escapaba del Pabellón, los fusileros la detuvieron con cañas y los familiares la entraron, lo hicieron tres veces, a la cuarta no la buscaron más.
El Oficial a cargo de la Guardia debió cumplir con su deber y ser él quién matara a la apestada, le voló la cabeza a la vieja con el Mauser carabina que usa la marinería. Hoy el pobre hombre, se pudre en la Isla de los Estados, solo y olvidado, haciendo mediciones meteorológicas ridículas y sin sentido. Esa injusticia y otras cosas peores son patrimonio de la Comandancia Naval. Una Comandancia corrupta que fue íntegramente sobornada. Al ver que el Oficial a cargo había sido castigado por cumplir las órdenes que tenía, la comandancia ordenó que mediante un curioso sorteo secreto se formaran las guardias nocturnas y diurnas, siendo los nombres de las oficialidad y de la tropa completamente anónimos, y debían usar unas caretas de lona marinera que los hacía figuras infernales, muy a tono con les tocó vivir.
Es impresionante también el caso de esa viuda joven que volvía de Europa de luna de miel, enamorada, casada con el mejor partido de la aristocracia capitalina, muerto a la salida de la isla de Trinidad, uno de los primeros muertos. Esa belleza codiciada y acosada, perdió el sentido de la realidad en una carrera alcohólica sostenida y propiciada por varios caballeros interesados. Ese rincón donde vivía en el Pabellón, tabicado por altos y costosos muebles se convirtió en un lupanar, una bacanal permanente con la participación de hombres, que a su vez tenían esposas en el lugar o afuera, y que se enteraban por los informes, informes que dieron lugar a arreglos de cuentas entre familias carnales, políticas o diplomáticas durante mucho tiempo.
El enorme Pabellón se convirtió en una pequeña Babel donde convivían padres con hijos con criados, con enemigos, con amantes, con extranjeros y con la peste que de a poco, se iba cobrando víctimas, las cuales embolsadas en enormes bolsas de arpilleras eran arrastradas hasta los hornos crematorios, evitando todo contacto. Porque si bien últimamente se supo que el vector de contagio es el mosquito, los sanitaristas de la isla tienen protocolos estrictos dado que se enfrentan a brotes de pestes distintas al mismo tiempo, justo en ese momento había pasajeros de otro buque con un brote de viruela. Por otro lado hubo, y esto es un secreto, por lo menos un muerto de vómito negro fuera del Pabellón, bueno, digamos que estaba enfermo pero murió de los balazos recibidos ante los primeros signos de la enfermedad. Este muerto tal vez tenga que ver con el crimen del Cristero que luego narraré.
El laberinto de muebles, tabiques, la acumulación de cosas banales que se hacían traer las familias desesperadas, que hasta mascotas se hicieron traer, todas esas cosas al ser diezmada la familia, se acumulaba pero no salía. Nada podía salir salvo los cadáveres, la basura producida por la colonia más rica de América del sur empezó a llenar el espacio alrededor del Pabellón. Cuando alguien moría, los allegados o cualquiera al final, se quedaban con lo querían y el resto se tiraba afuera para lograr más espacio.
Aunque parezca mentira también tuvimos que lidiar con conflicto entre potencias: Inglaterra y Francia tenían miembros de la diplomacia entre los internados y en el caso de Francia, los pasajeros llevaban documentos muy sensibles. Pues es sabido que en estos momentos las dos potencias se están adueñando de África y Oceanía. Ante la intransigencia de los sanitaristas, los documentos no pudieron salir del Pabellón, pero se le permitió a un agente de Francia a que copiara los documentos al dictado del funcionario apestado desde una ventana encortinada. Los franceses temían, como efectivamente pasó, que sus diplomáticos murieran y la documentación cayera en manos de los ingleses, pero al haber extraído toda la información, los documentos fueron quemados. De todas formas, todos desconfiaban de todos y el creciente abuso del alcohol y el láudano empeoraba las relaciones. Salvo para algunos casos puntuales los médicos del Lazareto se acercaron al Pabellón, se les suministraban medicamentos para los síntomas que no tenían casi efecto y el resto eran opiáceos para el aliviar el sufrimiento.
El que pensó que sería el único ganador fue un médico alemán también pasajero del “Carmania” que comenzó a atender y administrar una poderosa botica, cobrando cifras enormes y cada vez más delirantes según se iba sospechando que la historia terminaría mal. Nunca se infectó. Murió degollado pocos días antes del final. Se tomaron muestras de la piel de todos los cadáveres y se descubrió que el eminente Doctor, había descubierto como evitar la picadura de los mosquitos propaladores, se untaba el cuerpo con grasa de cerdo, por eso decían que olía en forma inmunda. Siempre lo supo y nunca lo dijo. Y como atendía a todos y nunca se enfermaba la gente desesperada comenzó a ofrecerle fortunas, y el Doctor aceptaba, y exigía más y luego recetaba tonterías. Varias veces viajaron escribanos para realizar transferencias, los títulos como todo objeto físico si entraba al Pabellón, no volvía a salir. El fuego que al final quemó todo, lo hizo luego de una revisación minuciosa, tengo en mi poder documentos muy peligrosos.
Había, como usted sabe, políticos importantes, sus seguidores los querían sacar a como dé lugar y sus adversarios rezaban porque se murieran de peste vomitando culebras. Personajes imposibles de controlar, uno de ellos recibió cuatro tiros al venir a los gritos sobre la guardia armada.

El crimen del Cristero
Este asunto comenzó con la deliciosa novia y viuda de familia ilustre que nunca nombraré, se lo juro, por las represalias seguras de su familia. Esta mujer borracha y drogada había tenido relaciones sexuales diversas, sostenidas y múltiples, con todos los hombres disponibles en el Pabellón, salvo con el preso que seguía encadenado a una columna del Pabellón. Era ya una loca de atar, caminaba desnuda por todo el Pabellón y varias veces se mostró a los centinelas y les mostraba todo. Salvo la cara porque llevaba siempre puesto, incluso en la intimidad erótica un antifaz negro. Por gusto a la diversión había hecho batir a un duelo con sables a dos gordos hacendados delante de sus familias. Los gordos enamorados terminaron todos tajeados y en manos del Doctor que les cobraba por cada punto de sutura.
Por capricho o por estupidez se obsesionó con el preso y una noche, luego de robar las llaves que guardaba un militar uruguayo, creo que llamado Borges, liberó al preso, que lo era por asesino y demente. Lo liberó y lo invitó a su nido disoluto, donde gozó de él todo lo que quiso, pero para terminar esclavizada por su nuevo amante.
El preso, el “colorado Solanas” como se lo conocía, empezó la guerra al matar de dos pistoletazos al militar uruguayo, lo hizo usando las pistolas de duelo que, el marido ya finado de la enmascarada llevaba siempre encima. Lo mató porque fue el uruguayo el que lo apresó y porque era el único capaz de mantener el orden en el pabellón. Los demás mostraron sus armas y la guardia se acercó a las ventanas. El “colorado” retrocedió prometiendo no generar problemas, cosa que hizo respetando su palabra, pero hizo otra peor: comenzó a prostituir a la aristócrata disoluta.
Todo esto trajo dramas ya no problemas, porque el “colorado” además sedujo a una chica inglesa de 14 años, otros dicen que la violó. Sus padres habían muerto y nadie la salió a defender. Fueron varios días tensos, con todos los internados llenos de terror. Llegando incluso a ahorcarse una actriz, de la cual hay también varias cosas para decir.
Pero cuando mejor la pasaba el preso apestado, una mañana los silbatos de los centinelas avisaron que algo estaba muy mal, en cada esquina del dintel de entrada había una mano clavada y debajo en medio de la puerta, apoyada en el piso estaba la cabeza coronada de espinas del “colorado Solanas”. Que de apestado pasó a decapitado.
El resto de su cuerpo había sido arrastrado dejando huellas llenas de sangre hasta la península de Punta Cañón. Otra vez el Cristero, toda la isla estaba aterrada, ya eran muchas las patrañas que se decían y se creían sobre esta entidad, que algunos remontan al apresamiento, descuartizamiento y posterior almuerzo del descubridor de la isla, a la cual le puso el nombre de su despensero y cocinero: Martín García. Me refiero al adelantado Juan Díaz de Solís. Han existido varios episodios donde supuestamente ese Cristero aparece oportunamente para justificar actos atroces a los interesados en esas muertes. Al “colorado” ese, no le faltaban enemigos, había matado al militar uruguayo que era muy querido, había usado a la viuda ninfómana en contra de todos y muchas cosas más que me reservo y que algún día daré a conocer.
De todas formas todo fue muy raro, pues el único que podía saber de la existencia del Cristero era en mismo finado y si bien esperaron una noche muy especial, pues hubo una tormenta furiosa, es casi imposible que alguien arrastrara un cuerpo mutilado a través del perímetro de cien metros descubiertos sin alarmar a nadie, y luego entre pajonales y monte bajo se abriera camino para llegar a ese lugar, Punta Cañón. Que es el que usan siempre los presos para fugarse por el Canal del Infierno hacia el Uruguay. Es muy raro, salvo que hayan otra vez sobornado centinelas. Hubo un contagiado de vómito negro que fue muerto por prevención, era otro presidiario, pero no se pudo saber si tuvo relación con el “colorado Solanas”. Las manos del mismo quedaron clavadas en la puerta y su hermosa cabeza rodó cuando abrieron las puertas para sacar la bolsa con el siguiente muerto de peste.
EL horroroso final y las cosas más atroces y secretas se las comunicaré en un Epílogo Secreto, que le llegará, mi Teniente Coronel de Marina, por otro conocido de ambos. Usted entenderá todas estas prevenciones cuando conozca los detalles de la última parte de este enloquecido y lúgubre asunto que nos ocupa.
Dibujo y texto literario: Alfredo Benavidez Bedoya.