domingo, 27 de julio de 2014

Las perras de la Tevé.


“Las perras de la Tevé.”. Serie del Bestiario.
Medidas: 22 cm x 32 cm.
Autor: Alfredo Benavidez Bedoya.
Alguna adicta a mi relato, de estirpe psicoanalítica ella, me urge que suelte prenda y diga más sobre : el “intelectual mutante”, o sobre “los monos ladrones”, o sobre “el cerdo capitalista”, o sobre “las perras de la Tevé”. Son todas ellas, mi querida analítica, categorías nuevas para un remozamiento del Bestiario aquí y ahora. Dado que el Bestiario más antiguo es el Fisiólogo del siglo 2 d. c., escrito por quién sabe quién, en Alejandría y si bien lo incrementaron mucho en la Edad Media, esos primeros catálogos de bestias no tenían interés zoológico sino moral, religioso o ejemplar. Cada animal tenía su simbología, por ejemplo el León era Cristo, San José un buey echado, los animales reales convivían en el Bestiario con animales fantásticos o con extrañas combinaciones. Como el epopo un ave que cuando veía a sus padres envejecer los alimentaba y cuidaba como a polluelos. Había en el bestiario incluso piedras vivas como la piedra imán, a la que se la consideraba una criatura viva. Otro piedra viva es la piedra sóstoros de la que, según el Fisiólogo, nace la perla: “Explicaré como nace la perla; hay en el mar una piedra que se denomina sóstoros. De madrugada, antes del alba, sale la piedra sóstoros a la superficie del mar, abre sus valvas, es decir su boca y absorbe el rocío celestial junto a los rayos del sol y de la luna, que están por sobre las estrellas. Así nace la perla de los astros superiores”.
El monstruo es siempre una combinación de lo conocido, un monstruo de formas completamente desconocidas ni el cubismo lo pudo inventar, porque realmente un monstruo de formas nuevas necesitaría una geometría completamente nueva. El Dragón es el monstruo más poderoso en todas las culturas porque domina los cuatro elementos: Agua, Fuego, Tierra y Aire, por ser anfibio domina el agua y la tierra y con sus alas vuela y vomita fuego. Con respecto a las perras de la Tevé son como las lupas de los tiempos de Roma antigua, las putas llamadas lobas (lupa) porque aullaban como tales para atraer a sus clientes y gozando seguramente más. Las muy lobas¡ Digo, las muy putas¡ Las de la Tevé no son lobas, son perras o lobas de plastilina, como quieran, perras que quieren ocupar como siempre el lugar del orgasmo facturando muy alto en el mercado futbolístico, al buscar el botín penetrativo para su consagración televisiva. Como hacían las famosas putas de Pompeya que desde la tribuna se ofrecían gratis al ganador de un duelo de campeones, sabiendo que ninguno de los dos quedaría capacitado para una erección mediana luego del combate. Todo monstruo es combinatorio de otro, son metamorfosis que potencian o conllevan virtudes o defectos como la lascivia de las perras y las monas.
Y al respecto y para justificar esta sanata les voy a contar una anécdota que conocen varios amigos de la primera juventud. Resulta que en el caserón de mis padres había una construcción de mampostería de dos pisos de tipo prismático, que había sido la base de un antiguo molino de hierro caído en una tormenta. Allí fue a parar una mona que bautizó mi padre como Margarita, se la compró a un camionero que la había atrapado en el litoral, era una hembra Carayá, parda, muy ágil y bonita, mala como su propia mierda, que se la cagaba para tirarnos con ella encima. Estaba atada con una cadena de 15 metros y vivía en el primer piso de la torre, allí vivió bien durante varios años hasta que en un invierno murió de una pulmonía.
Esta mona desvergonzada y lasciva, al no tener macho de su especie cercano y debido a su propia turbulencia carnal se había asociado de manera curiosa con mi perro “Capitán”, también bautizado por mi padre con el grado que había alcanzado él en la marina de Guerra, y que yo jamás alcanzaría. Resulta que mi perro con el grado militar de mi padre se acercaba a la mona y separaba sus cortas piernas, piernas que sostenían un salchichornio cuerpo con manchas propias de una vaca holando- argentina. Hacia debajo de ese cuerpo hinchado rumbeaba la mona que, sabedora de mañas femeninas, comenzaba a masturbar con sus manitas a mi querido Capitán, con gran dominio por cierto, al conseguir que su pene rojo apareciera enorme de la pelumbre como si fuera un lápiz de labios granate. (Estos comentarios tan precisos quizás merezcan pertenecer a una nueva Serie de obras gráficas que llevará el nombre de: “Erótica senil”). Y siguiendo con el relato, cuando Capitán estaba por ascender a Almirante, o sea, cuando estaba por cumplir con el deseado orgasmo, la mona se retiraba, se trepaba al primer piso y lo miraba al perro desesperar desde arriba. Mi Capitán devenido marinero de segunda se lamentaba, se refregaba y rogaba lastimero hasta que su excitación menguaba.
Al nuevamente verlo calmo, la mona Margarita volvía a bajar para volver a empezar con las maniobras masturbatorias que se volvían, una y otra vez a interrumpir en los umbrales del placer canino. Como meras bestias que eran ninguna vergüenza estos menesteres les causaban, y fue por ello que muchas veces nos sentábamos a ver el juego del perro y la mona durante horas, sin saber que eso mismo nos iban a hacer a nosotros esas perras o lobas como quieran, a nosotros, que ya éramos machitos debutantes.
Alfredo Benavidez Bedoya.

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