martes, 15 de octubre de 2013

El Cristero y la Peste. El Embolsado. Monumento al N.N.


Monumento al N.N. “El embolsado”.
Dibujo con grafito sobre papel de acuarela.
N.N.: Ningún nombre.
Los crímenes de la Isla Martín García.
El Cristero y la Peste.
Primera Parte.

Oficina Central de Hidrografía.
Ministerio de Marina
Informe para el Director Teniente Coronel de Marina Clodomiro Aguerreberry
Funcionario informante:
Óptico Diplomado. Marcello Longobardi. Torrero de Faro.
Faro Martín García.
(El apellido Longobardi no es coincidencia, el padre y el abuelo del conductor de radio, Marcelo Longobardi fueron Torreros de Faro del Faro de la Isla Martin Garcia).
(Nota del compilador).

Me permito enviarle en forma indirecta y a través de un conocido en común, está relación de hechos y verdades para que pueda justipreciar los fatídicos hechos desencadenados por la llegada del Buque inglés “Carmania”, nave dedicada al transporte transatlántico de inmigrantes europeos, que ocupaban la segunda clase y la tercera, mientras en la primera viajaban los ricos criollos de clase alta, autoridades, comerciantes o políticos de Argentina, Uruguay y Chile. En este navío se había declarado la fiebre amarilla en una cepa muy virulenta, como Usted sabe.
Esta nota tiene por intención contradecir la investigación que la Marina lleva adelante y que, según creo, quiere llegar a conclusiones que pongan a la Jefatura actual, lejos de los horrorosos hechos acontecidos. Dependiendo del mismo Ministerio de Defensa, conviene que la Oficina de Hidrografía tenga información directa de su representante en esta Isla de martín García.
El buque en cuestión, había sido expulsado de distintos puertos de América del Sur, en contra de todas las costumbres del mar, y sabiendo de nuestro Lazareto insular, que luego de años de estar trabajando en forma precaria, contaba ahora con instalaciones recién inauguradas. Y también sabiendo de la excelencia del cuerpo médico, formados por investigadores, el Capitán del “Carmania”, antes de morir de la peste, decidió hacer rumbo a Martín García y su segundo oficial cumplió la orden del finado. Hubo otros muertos entre la oficialidad y los cuadros intermedios.
Gracias al telégrafo la llegada del “Carmania” se esperaba en Buenos Aires, el Sr. Director Nacional de Salud pública, decidió que, ante el agente patógeno de la peor variedad de la fiebre amarilla que se presenta con la virulencia del vómito negro, y que es llamada así, porque los enfermos vomitan los fluidos intestinales, mezclados con hemorragias de sangre que vuelven negro al vómito, decidió entonces, el Señor Director que, se debía practicar el aislamiento absoluto en lugares custodiados, de los pasajeros y tripulación apestados, para impedir el contagio con las tripulaciones de otros dos buques, que estaban en estado de aislamiento cuarentenario en la misma isla, en los pabellones más modernos.
Ante la directiva de salud pública, la Jefatura Naval de la Isla que detentaba el dominio militar desde 1886, se propuso con sus cuadros militares para establecer perímetros de exclusión con fusileros navales cargando munición de guerra y bayoneta calada, se enviaron reos del presidio para acondicionar el viejo pabellón donde antes vivían los indios, con los cuales la Marina no quiso tener nada que ver y los últimos indios del sur fueron enviados al norte, a Misiones, que en ese entonces no era aún provincia sino Territorio Nacional.
Dicho pabellón está cerca de Punta Cañón y se comenzó a construir por indicación de los indios en ese lugar, después se supo que desde allí, desde Punta Cañón, se escapó el Cacique Pincén y también allí terminaron los crímenes que los pobladores atribuyen al Cristero, una entidad muy curiosa que ha vuelto a aparecer, aunque siempre lo hace con mucha conveniencia.
Gracias a Dios, el poeta Rubén Darío, borracho lujurioso y periodista de “La Nación”, ya no estaba escribiendo sus “Cartas del Lazareto”. Las familias principales del país, el Gobierno y la Iglesia pidieron recato. (Todos estos acontecimientos los estoy volcando en mi pasión secreta por Usted conocida: el folletín satírico; en el caso del bardo beodo que acabo de nombrar, el folletín se llama: “Desventuras de un hipocampo de Nicaragua en la Isla Martín García”. Tengo otros cuatro folletines. Puede pedirme copia si le place).
En mi carácter de Torrero de Faro y disponiendo de artefactos ópticos de gran precisión de uso naval y militar, tuve una intervención directa sobre el principio de todo el episodio. Cuando se lo tuvo a la vista al buque, desde el puente de señales de la torre del Faro, se trasmitió mediante telégrafo de banderas el pedido de precisiones sobre la situación de la epidemia, un banderillero repetía los mensajes en un mangrullo levantado cerca de la costa y las contestaciones del “Carmania” las veíamos con el telémetro.
Lo peor que se esperaba fue poco comparado con lo que se encontró. La peste seguía matando gente, que desde el buque lanzaban al mar a razón de dos por día. Sabíamos que se había iniciado en la isla de Trinidad y estaba concentrada la peste en la cabina superior, donde viajaba la primera clase que era la única a la que se le permitió desembarcar para pasear, siendo varios pasajeros picados por mosquitos portadores de la peste. Al presentarse el primer caso, la marinería exigió que se sellaran las compuertas estancas entre las cubiertas de la segunda y tercera clase. Y que la oficialidad se quedara con la primera clase conduciendo el vapor. Como las cocinas estaban en la tercera cubierta, pero existía un ascensor pequeño mecánico, a los apestados se los alimentaba, cuidando la esterilización de las ollas y fuentes luego de cada comida.

La época era la más peligrosa para sufrir esta peste, pleno verano, calores tropicales, el delta del Paraná produciendo mosquitos, el río con una bajante, lo que transformaba todo en un pantano maloliente. Gracias a un médico cubano ya se sabía que eran los mosquitos, que tenían la peste y picaban a los hombres, los que la trasmitían. Pero podían también, tal vez, trasmitirla nuestros mosquitos, esa era la pregunta que se hacía el cuerpo médico.

Se le ordenó al Buque “Carmania” fondear cerca de Punta Cañón, y continuar las conversaciones entre embarcaciones. Se acercó una falúa con el Director del Lazareto protegido por fusileros. La situación era muy tensa dado que gritaban desde las tres cubiertas, todos querían bajar ya, los de segunda y tercera clase no presentaban, según ellos, ningún enfermo. Para descomprimir la situación, porque además los pasajeros que viajaban eran todos inmigrantes y se expresaban en una Babel de lenguas, el Director ordenó cerrar un perímetro en un descampado, y que desembarcaran los que estaban en la segunda y en la tercera cubierta, sin contacto con el personal de la isla y usando sus propias embarcaciones.

La primera clase se debía quedar abordo y en la cubierta que le correspondía, mientras se confirmaba que ninguno de los 432 pasajeros de segunda y tercera clase estaba enfermo. Ya en el descampado, siempre evitando el contacto cercano, se les proveyó de tiendas de campaña de lona encerada y de un vivac para cocinar el propio alimento, los insumos, comida y otros menesteres se le acercaban en carretillas a mitad de camino para evitar el contagio. Debían quedarse una semana en esas condiciones porque es lo que tardan los síntomas en aparecer. Los mismos pasajeros armaron el campamento, el cual fue rodeado de centinelas navales. Siendo gente inmigrante hacia destinos desconocidos, huyendo del hambre, las miserias o la guerra y habiendo familias enteras, tuvieron una conducta correcta y colaboradora. No hubo en ese tiempo nadie enfermo, se obligó a bañarse en el río a todo el grupo, se lavaron las prendas de todos y fueron revisados completamente por el equipo médico. Certificada la buena salud de los 432 pasajeros de Segunda y Tercera clase, fueron alojados en los pabellones normales y sus pertenencias desembarcadas y entregadas a sus dueños. Debieron esperar a que se cumplieran los cuarenta días de internación y luego fueron todos despachados de a poco en el pequeño vapor que une tres veces por semana la isla con la ciudad capital.

Los grandes problemas comenzaron con la primera clase aún a bordo del Carmania, eran 84 personas, algunas familias con niños y criados, familias de la clase alta pertenecientes a los Díaz de Vivar, a los Álzaga y otras más. Había diplomáticos extranjeros, dos franceses que venían a ocupar cargos en el Río de la Plata, muchos ingleses con sus familias, brasileños comerciantes y muchos más, todos poderosos, ricos y acostumbrados a la gran vida.
El pasaje era insoportable, se sentían aterrados por la muerte cercana, había familias que habían visto morir hijos pequeños. Había mujeres jóvenes de viaje de bodas que ya eran viudas. La situación rayaba con lo demencial, por el aislamiento, el calor insoportable y los días de navegación errática los pasajeros estaban de un humor muy violento.
Todos ellos exigieron a los gritos la presencia de personajes muy importantes, funcionarios o agentes diplomáticos, y para terror del Director del Lazareto, del Director del Presidio y del Jefe Naval, casi todos vinieron y lo hicieron con sus propios médicos. Después de todos los gritos, las amenazas, los abusos de poder y los insultos. Cuando se pudieron callar, el Médico en Jefe del Lazareto les dio las siguientes precisiones, que ya las tenía escritas y que aclaró que cumplían con los protocolos de internación y aislamiento para epidemias internacionales:

No se dejara, bajo ningún pretexto, mantener contacto directo con los apestados, pero todo familiar o amigo que se quisiera incorporar a su infortunio lo podrá hacer, pero quedará en aislamiento también.
Sea un particular, un ciudadano extranjero, un gobierno con funcionarios o ciudadanos apestados, todos pueden retirar a sus enfermos y familias con buques propios o rentados y atender a sus enfermos; en una rada donde las eventuales naves estarán fondeadas y vigiladas por dos cañoneras, hasta que después de la última víctima mortal y pasados cuarenta días no se conozcan síntomas en ninguno de los sobrevivientes. El personal que se haga cargo de ellos deberá saber que la vida propia será puesta en juego.
Los profesionales médicos que se han presentado, algunas verdaderas eminencias, ya conocen el poder de esta epidemia, su mortalidad cruel y casi absoluta, tienen informes científicos directos, pues desde el primer día los apestados han sido medicados y atendidos. Bajan un bote de salvamento del “Carmania” con enfermos y desde una falúa, sin contacto directo, se los revisa y se los medica según los síntomas, aunque nunca se detiene la enfermedad.
Ya han muerto otras seis personas desde que llegaron y sus cadáveres fueron quemados en los hornos crematorios del Lazareto. No se permitirán enterramientos por cuestiones de índole religiosa, al primar las razones higiénicas.
La Compañía naviera dueña del “Carmania” exigía una solución dado que el vapor debía ser desinfectado y ya habían perdido casi toda la oficialidad y muchos tripulantes. De quedarse los pasajeros de Primera Clase del “Carmania” en el Lazareto y siendo los apestados agentes de plaga y muerte, todo intento de escapar será considerado homicidio potencial de terceros y el intento de fuga abortado a tiros si fuera necesario. Pero en realidad en el barco tampoco nadie se quería quedar.

Estas precisiones, pero sobretodo la opinión de los médicos y sanitaristas que trajeron las autoridades convencieron a todos, que había que proceder como se estaba haciendo. Al Pabellón de los indios se lo consideró todavía impropio para recibir a los pasajeros, y se decidió traer nuevamente a los presos para que siguieran limpiando, sobre todo las enormes cabriadas
de maderas duras, que los indios usaron para sostener las techumbres de tejas cocidas en la fábrica de ladrillos de la isla. Varios se comprometieron a enviar rápidamente mobiliario y se ofrecieron a darles todo lo que pidieran sus allegados. El Lazareto se equivocó en aceptar tanta generosidad, porque luego la cantidad y calidad de los caprichos de los apestados, puso a toda la isla celosa del despilfarro, y trajo descontrol y locura.

Una comisión de notables informó sobre esta situación a los pasajeros desde una falúa, había en esta comisión diplomáticos de Inglaterra, Francia y Prusia, un Ministro y pariente de varios apestados y el Obispo de Buenos Aires.
Se establecieron las siguientes consignas:
Todos los pasajeros desembarcarían dentro de una semana del Carmania, cuando estuviera listo el Pabellón que por su cercanía con el río tendría hasta agua corriente, drenaje y cloacas.
A cien metros se establecería un perímetro delimitado por una valla de cañas, tras la cual habría centinelas armados con orden de disparar si alguien salía del Pabellón.
A partir de morir el último enfermo y por cuarenta días, todos los sobrevivientes quedarían en situación de aislamiento, pudiendo sus familias enviarles todo lo que quisieran durante ese tiempo. Superada la última revisación se podrían reintegrar a la vida diaria, o seguir viaje, ya que varios seguían a Chile.
Desde la valla de cañas hasta la puerta principal del Pabellón se había instalado un pequeño vagón sobre rieles de la cantera, donde se corta el granito para el adoquinado de Buenos Aires. Dicho vagón mediante cuerdas, llevaría todo lo necesario o solicitado por los apestados para su existencia diaria. Desde la pequeña puerta trasera deberían sacarse los cadáveres, si acaso se siguieran produciendo, en unas bolsas de arpilleras a tal efecto. Estas bolsas serían dejadas a mitad de camino de la zona de exclusión, y mediante cuerdas arrastradas para su cremación inmediata. Los retretes eran nuevos y operaban mediante cloacas por razones higiénicas y de seguridad. A nadie le gustó la situación pero siendo sus propios familiares, amigos o compatriotas no tuvieron más remedio que aceptar.
Fin de la Primera Parte.
Dibujo, proyecto para El Embolsado o Monumento al N.N. (Ningún Nombre) y texto: Alfredo Benavidez Bedoya.