domingo, 24 de agosto de 2014

El pintor, su esposa y la suegra.


El pintor, su esposa y la suegra.
El pintor pinta a Judith y lo pinta a Holofernes. Judith, bella viuda judía que gozó, embriagó y degolló a Holofernes, general enemigo que sitió su ciudad, o sea su hogar. Pero en realidad pinta a su mujer y a su suegra, reservándose el retrato sangrante para sí mismo. La suegra y madre de su bella, insidiosa y libertina mujer, aparece como la sirviente que ayuda a Judith a cortarle la cabeza a Holofernes completamente mamado y llevarla a su ciudad para que los cagones de sus hermanos judíos, se decidan de una vez por todas a enfrentar al enemigo, siguiendo el ejemplo de esta experimentada viuda.
Y aquí me detengo, ¿ cómo puede ser un ejemplo, sea judía o persa, una mujer que seduce, emborracha y degüella a un mamado? Después de fornicar a lo lindo porque sería raro ver a un soldadote dormirse mamado hasta no vaciar la bodega erótica.
El pintor es un tal Cristófano Allori (1577 -1621), que de pío paso a libertino y de libertino a desconsolado enamorado de la bellísima Mazzafirra. Esta pintura que representa a Judith, Holfernes y la criada, o si quieren, Allori degollado, la Mazzafirra en todo su esplendor y la bruja de la suegra, supervisando y mostrando aceptación en la mirada feliz que le dirige a su hija. Esta pintura de gran formato fue un éxito de taquilla y Allori la pintó un montón de veces (dos de ellas se encuentran en España y hay otra en Inglaterra). Es la mejor obra salida de su mano y su multiplicación ayudó a sostener el derroche de su adorada Mazzafirra y los celos y las deudas de Cristófano lo atormentaron por siempre. El exponer su desgracia le trajo mucha fortuna.
La obra es interesante porque tiene un tema que nos muestra dos ejemplos contrapuestos: el tradicional donde una hermosa héroe se brinda al enemigo, lo emborracha y lo degüella, ayudada por la sirvienta y en el otro caso, un pobre hombre que a causa de su dependiente amor, es esclavizado y muere sosteniendo a su bella esposa libertina y a su pérfida suegra. La obra ilustra el deseo oculto y replegado a un rincón del inconsciente de no pocas esposas: usar sexualmente de su esposo por última vez, emborracharlo o drogarlo, y ya sin peligro degollarlo y escapar discretamente del hotel a amor adonde lo invitó ella para tener una noche de furia. Todo esto para luego aparecer como viuda llorona y encima cornuda, por una puta asesina desconocida, con la que se fue a meter ese papanatas de mi finado esposo.
Alfredo Benavidez Bedoya.

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